sábado, 11 de julio de 2009

LEONARDO, MONTSERRAT Y EL ENIGMA DE LA GIOCONDA

LEONARDO, MONTSERRAT Y EL ENIGMA DE LA GIOCONDA

Jose Luis Espejo: LEONARDO, MONTSERRAT Y EL ENIGMA DE LA GIOCONDA



Cinco años atrás acababa de publicar mi libro ALTO RIESGO, LOS COSTES DEL PROGRESO. En ese momento trabajaba en un nuevo proyecto editorial: en concreto, un estudio sobre la ideología nazi. Entonces llegó a mis manos un artículo de la revista Historia y Vida (número 158, mayo de 1981), escrito por Hilari Raguer, monje de Montserrat y reputado historiador. En este preciado documento se explicaba con bastante detalle un hecho excepcional: la visita de Heinrich Himmler a Montserrat, el 23 de octubre de 1940. Su “cicerone”, un monje de apellido Ripoll, escuchó con estupor la siguiente declaración del alto mandatario nazi: “En Montserrat se promulgó la herejía albigense, con la que nosotros (los nacionalsocialistas) tenemos tantos puntos de contacto”.

El lugarteniente de Hitler fue a Montserrat siguiendo la pista de Perceval, el personaje legendario que inspiró el célebre poema de Wolfran von Eschenbach (hacia 1200). Sesenta años antes, en su ópera Parsifal (1882), el compositor Richard Wagner identificaría Montserrat con la no menos legendaria Montsalvat. Himmler –a diferencia de su discípulo Otto Rahn- emplazaba el mítico Grial en esta montaña mágica, habitada desde antiguo por ermitaños y monjes benedicti

Este hecho provocó en mí una cierta expectación, que se acrecentó cuando supe que por Montserrat habían pasado otros relevantes personajes de la Historia y la Cultura: Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, Wilhelm von Humboldt, y tal vez Johann Wolfgang von Goethe. Todos ellos en busca de un mismo objetivo: su iluminación.

Goethe, en su poema titulado Geheimnisse (los Misterios), describe un enclave idéntico al de Montserrat. En un pasaje de esta obra llama Rosacruz (Rosenkreuzer) al valle donde se ubica el monasterio. En 1816 aclaró, en el periódico Morgenblat, que la idea original del poema era “conducir al lector a través de una suerte de Montserrat ideal”.

Ignacio de Loyola (fundador de la Orden de los Jesuitas) interrumpió su viaje a Barcelona, camino de Jerusalén, y permaneció en el monasterio y sus alrededores varias semanas, en las cuales renunció a la carrera militar, regaló espada y armadura, y aprendió lo esencial de su doctrina (los llamados Ejercicios Espirituales), con el apoyo de un monje llamado Dom Chanon.

Francisco de Asís, según la tradición, llegaría a Montserrat andando, desde Barcelona, porque se negó a cabalgar. José María de Mena, en su delicioso libro Curiosidades y leyendas de Barcelona, explica la siguiente –jugosa- anécdota:

“También se cuenta que habiendo manifestado San Francisco su propósito de ir a visitar a la Virgen de Montserrat, los consellers de Barcelona le ofrecieron un caballo para hacer el viaje, pero Francisco lo rechazó diciendo que si Jesús había ido a Jerusalén en una burra, él no podía aceptar un caballo. Ni siquiera una burra, pues no era digno de igualar a Jesús, por lo que él haría el viaje a pie. De aquí quedó en Barcelona la frase Anar amb el cavallet de Sant Francesc (ir en el caballito de San Francisco), para indicar que se viaja a pie”.

De esta gesta de San Francisco de Asís (Montserrat dista de Barcelona unos 60 kilómetros) tal vez proceda el hábito de hacer el camino de Barcelona a Montserrat, durante la noche, para llegar al monasterio al alba. Tradición, por cierto, que yo he cumplido en dos años consecutivos.

Goethe, Ignacio de Loyola y Francisco de Asís. Por no hablar de Wagner. Grandes hombres que buscaron la “Montserrat ideal”. El hermano Marcos de Goethe, o el Parsifal de Wagner, no hacen más que seguir los pasos de tantos y tantos humildes peregrinos, que desde toda Europa, encontraron en la virgen negra (la Virgen de Montserrat) consuelo y remedio a sus penas.

Uno de ellos pudo ser Leonardo Da Vinci. Éste tendría raíces catalanas, y tal vez incluso familia en Barcelona. Un antepasado (Giovanni Da Vinci) murió en esta ciudad en 1406. Aquí –seguramente- dejaría familia y amigos. Leonardo Da Vinci tuvo trato con algunos personajes que se distinguen por un rasgo común: sus ancestros serían herejes huidos del Pirineo catalán, tras la Cruzada contra los cátaros de la primera mitad del siglo XIII. Entre ellos, Francesco de Melzi (descendiente de la familia catalana de los Melció), y tal vez Gian Giorgio Allione (emparentado con los Alió), que como él sirvió al rey de Francia (Francisco I) en el año 1518. Pero también conoció a Americo Vespucci, un descendiente de catalanes afincado en Florencia, de nombre Aimerich Despuig; y a la familia Geraldini, emparentada con Lisa Geraldini del Giocondo, la célebre Gioconda (Antonio Geraldini fue embajador de Florencia en Barcelona).

Demasiados vínculos con Barcelona para ser producto de la casualidad. Mi sospecha pasó a ser convencimiento cuando, con mi amigo Toni Babia i Privat, averiguamos que cerca de Martorell existe un enclave (una atalaya natural) cuya panorámica es prácticamente idéntica a la que podemos encontrar en el cuadro conocido como La Gioconda.

Posteriormente, con mis viajes a Vinci (en la Toscana italiana) y a Vinçà (en el Departamento francés de los Pirineos Orientales), supe: 1) que fue la familia Da Vinci la que dio nombre al pueblo de Vinci, y no al revés; y 2), que Da Vinci podría derivar de la antigua Vinciano (hoy Vinçà), pueblo de la comarca catalana del Conflent.

Sí, los Da Vinci tendrían origen catalán. Su escudo lo expone bien claramente, pues es idéntico al del Reino de Mallorca, que señoreó en la Cerdeña, el Rosellón y el Conflent durante tres cuartos de siglo: desde la muerte de Jaime I el Conquistador, hasta su recuperación (para la Corona de Aragón) por Pedro III el Ceremonioso.

Leonardo habría estado dos veces en Cataluña: en 1481-1483, y en algún momento durante el primer decenio del siglo XVI. Habría visitado Barcelona, Montserrat y su tierra natal: Vinciano, la actual Vinçà. Este “paisaje vital” lo habría plasmado en su obra pictórica, en sus dibujos y en algunos de sus relatos. En Montserrat habría pintado al menos un cuadro (su San Jerónimo), y habría tomado notas para pintar varios más (La Virgen de las Rocas, La Gioconda). Algunos retazos de este “paisaje vital” aparecen asimismo en su Anunciación. Y tal vez la célebre sonrisa de La Gioconda tenga algo que ver con la beatífica expresión de la virgen negra de Montserrat.

Leonardo, el hereje, el cátaro, habría expuesto su disidencia religiosa en su cuadro La Adoración de los Magos, que no finalizó para no acabar con sus huesos en la cárcel; o peor, en la pira.

Estos años de estancia en Cataluña, de 1481 a 1483, los llamo “Los años perdidos de Leonardo da Vinci”. Es una época escasamente estudiada, y mal comprendida. LEONARDO, MONTSERRAT Y EL ENIGMA DE LA GIOCONDA es un modesto intento de sacar a la luz un período inédito, inexplorado, de la vida del singular artista, científico y filósofo florentino.

Jose Luis Espejo

Presentación:

Toni Babia nos explica brevemente el proceso de maduración de mi obra LEONARDO, LOS AÑOS PERDIDOS. Sin su aliento, y su sabio consejo, este proyecto tal vez nunca habría visto la luz.